Después de unos años creciendo a un ritmo vertiginoso, el universo de las palas de pádel vuelve a estar en una situación complicada. No a nivel global, porque su potencial sigue intacto, pero sí que necesita, sí o sí, mirar las cosas con perspectiva y reordenarse. Como lo ha necesitado otras veces, sí, pero esta vez hay un actor que puede y debe ser determinante: el Clúster Internacional del Pádel.
El problema actual del pádel no tiene absolutamente nada que ver con la práctica. Al contrario. Los índices siguen siendo muy buenos y la progresión es la esperada: más pausada que hace dos o tres años, cuando la práctica se disparó exponencialmente con la pandemia, pero manteniendo un crecimiento sostenido. Cada vez juega más gente… y cada vez en más sitios. Y eso, por muy complicadas que estén las cosas en otras “parcelas”, es una garantía. Porque, aunque no sea proporcionalmente, a más jugadores, más ventas.
Con el tema de la práctica “solucionado”, la gran asignatura pendiente del pádel (asignatura que ya suspendimos hace años) es, por decirlo de alguna manera suave, la deslealtad de muchas marcas a la hora de gestionar sus ventas. O dicho de otra forma: la preocupante facilidad con la que muchos revientan precios para sacarse de encima un stock que, este último año, se ha disparado.
El problema, en la raíz, es de previsión. De pésima previsión. De dejarse llevar por la euforia – y por el miedo a quedarse sin producto- y no dimensionar el mercado. Porque el problema fue que, en un momento en el que la demanda era muy buena, las marcas no tenían stock por los problemas que la pandemia provocó en la cadena de suministros. Y claro, las tiendas programaban sin contemplaciones para asegurarse de que algo les llegaría, y las marcas mandaban a producción cantidades exageradas de palas para asegurarse un mínimo y tener stock ante una demanda tan fuerte.
Y de pronto la producción se reactivó y marcas y tiendas empezaron a tener lo que habían pedido. Que era demasiado. La demanda seguía disparada, pero la oferta lo estaba todavía más. En producto y en nuevas marcas que querían aprovechar ese boom del pádel. Y claro, cuando eso pasa, y tiendas y marcas tienen sus almacenes llenos, la solución más fácil es reventar el mercado. Y si eso lo hacen las marcas “secundarias” el daño es relativo, pero si lo hacen algunas de las grandes, y con una política muy agresiva, el problema sí que es grave. Gravísimo. Y lo peor de todo es que no es la primera vez que pasa. Y es obvio que no hemos aprendido nada.
En su “hoja de ruta”, el CIP se marcó varios objetivos, entre los que evidentemente destacaban su papel a la hora de representar y defender los intereses profesionales y empresariales de sus afiliados ante todo tipo de organismos públicos y privados, promover y fomentar la práctica deportiva del pádel, o promover y fomentar la internacionalización de este deporte. Pero en esa lista de objetivos prioritarios también había uno que, hoy por hoy, parece prioritario: promover la buena práctica, nivel de calidad, racionalización, desarrollo, fomento y protección de la actividad común de sus asociados. Dicho de otra forma: intentar que las marcas que estén asociadas al clúster actúen con cierta ética y sin llevar a cabo estrategias que puedan dañar al segmento.
El Clúster se ha ganado a pulso su derecho a tomar partido en este asunto. Tiene poder y debe aprovecharlo. Y puede sentar en la mesa a los grandes protagonistas del pádel para intentar “normalizar” la situación. No es fácil, porque es un problema puramente comercial y el futuro de muchas marcas depende, en gran parte, de su capacidad para liquidar cada temporada su stock, pero lo que parece evidente es que hay que impulsar ciertas dinámicas para evitar que el efecto contagio nos haga perder lo mucho que hemos ganado en esta última década. Porque llegan muchas oportunidades y no las podremos aprovechar si nuestro mercado interno sigue tan revuelto.